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Sonia Abadi 

Sin abandonar mi profesión de médica, psicoanalista y creadora del modelo de Pensamiento en Red, hace casi veinte años me dedico a recorrer los múltiples espacios relacionados con el universo del tango: la música, el canto, el baile, la historia y la cultura. Escribí para la revista El Tangauta, publiqué el libro "El Bazar de los Abrazos. Crónicas milongueras" que fue traducido al alemán, inglés, sueco, italiano y francés. Algunos capítulos fueron traducidos a más de veinte idiomas. Además desarrollé varios guiones y presentaciones en diferentes ámbitos.

Estimada Sonia Abadi,
He leído con sumo agrado su libro El Bazar de los Abrazos.
Se trata de una obra inusitada, cuando se lee desde afuera del contexto intransferiblemente porteño desde el que se desarrolla.
Afortunadamente para mí, esta condición de tanguero irremisible que me he acostumbrado a exhibir sin pudores, me permite hacerlo mío sin ninguna contradicción. Me admira la pintura perfecta, lo puntual y lo sagaz, en cada uno de los apuntes, retratos y hasta caricaturas, que se suceden en los distintos capítulos. Y dentro de esa pintura perfecta, para usar un término plástico, admirable es la magnífica sincronización de tono y anécdota.
En mis talleres de creación literaria vengo luchando desde hace años, por derrotar esa tendencia engañosa en la que incurre la inmensa mayoría: confundir con poder de síntesis el despojo liso y llano del entorno, la ausencia de decorado y de retrato, con lo que una buena anécdota queda colgada de la nada y actuada por seres abstractos.
Sus ambientaciones son concretas, suficientes, pero sin pormenores barroquistas. Sus personajes tienen perfil y frente. Son rotundos, contundentes, creíbles. Y por si fuera poco, la autora tiene un lirismo melancólico que, pese a los esfuerzos con los que se quiere refugiar en el escondite de la ironía, no logra reprimir y se le escapa en cada respiración, en cada pausa. (Esa es una actitud por demás rioplatense, tanguerísima).
Por ahí la anda esperando la poesía, amiga mía. Trate de no resistirse, por favor. Hay en su trabajo una irresistible sucesión de elementos poéticos: metáfora, anáfora, oxímoron, hipérbaton? hasta aliteraciones, tropo que no es frecuente encontrar en trabajos de prosa, por el riesgo que esta figura implica: caer en la cacofonía.
Más allá, también está la dramaturgia. Con esa capacidad para armar el personaje y la escena, no debería resultarle asombroso esta afirmación mía.
Finalmente debo declarar que, además de todo lo afirmado, que al fin y al cabo solo se refiere a la parte formal de su obra, o muy poco más, quiero decirle que me han sacudido muchas de sus sentencias, hábilmente esparcidas, economizadas con la sabiduría de quien sabe que no debe abrumar, a lo Viejo Vizcacha, al lector.
Gracias por decirme: Los chicos siguen naciendo y creciendo, los nuevos abuelos, más jóvenes que sus hijos, bailan.

Nelson Guerra, Maldonado, Uruguay. Escritor.

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Querida Sonia (nuestra dulce walkiria)

Te tengo que agradecer el doble regalo que nos hiciste: tu libro y el placer de leerlo.
Con mi habitual compulsión a la incontinencia oral (o escrita) no resisto a la tentación de hacerte algunos comentarios.

1. La oralidad. Cuando se te lee se te oye. Aúnas: se te ve. Es una sensación inevitable. Se asocia un párrafo a una inflexión, un guiño cómplice, una sonrisa. Quizás a eso se refiera el “vuelo de pluma” de Marta.

2. El modo. Preciso y circulante. No busca la definición sino la analogía, el ejemplo, la metáfora. Una constelación de exactitudes reverbera alrededor del tema central iluminándolo y dejándolo milagrosamente intacto. La magia continúa. Es más el modo de un artista que de un científico (más de “fines” que de “géométrie”).

3. La mirada. En algún punto, inevitablemente, la de un “outsider”. Ese grado de lucidez no pareciera compatible con el cliché tanguero. Pero es esa visión tangencal la que ilumina la escena de un modo nuevo, revelando lo inesperado y lo obvio e inconfesable.

4.. La complicidad. Extraña sensación de quién te lee. Es indudablemente un cómplice. Pero, donde hay complicidad hay o hubo algún pecado, alguna transgresión. Cuál?
Creo imaginar qué es lo que me pasa. Nuestra generación asocia al tango alguna forma convencional de la adultez. La calle Corrientes (la calle y el programa), el Glostora Tango Club, los 8 Grandes Bailes 8, el Palacio de las Papas Fritas, la calle Lavalle los sábados a la noche, etc.
Pero quién recuerda esto recuerda también ese mundo despojado y delicioso en el que no había mucho más que la pollera cortona de Estercita (y el rayo de salen sus trenzas), el color de la tarde, y todo el cielo (tenemos tanto cielo en Buenos Aires!). Todo esto, lo oficial y lo íntimo, está secretamente atravesado por su pecado original. el tango no ha dejado de ser, ocultamente, lumpen, marginal, inconfesable, y quizás haya esto en sus entrañas que vive y que perdura.

5.. El “commentus interruptor”. Habría mucho más, pero quedé en cierto modo interdicto después de leer el capítulo dedicado al “verso”. Es que la dinámica del “verso” es preterintencional y casi compulsiva pero un señalamiento certero la paraliza. Mi natural pudor (y los envases plásticos) me impide continuar.

Te mando un beso grande. Esperemos vernos y, si querrás, “te la sigo”.

Gian

Gardel: el mito, el hombre, el artista, el innovador

 

Fuí invitada al programa de Radio "Otro Giro del Caleidoscopio", en Radio Arinfo, conducido por Susana Abelson para hablar sobre una a mis pasiones, el tango. Escribí un artículo sobre Carlitos Gardel, lo publiqué en mi página, también lo compartí en la radio, aquí pueden escucharlo.

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